“Mi cabello; mi resistencia”
Por: Sheyla Zamudio Beltran
En esta ocasión no citaré a ningún autor o autora reconocida, esta vez les compartiré mi experiencia y la de mis hermanas de lucha. En múltiples ocasiones hemos escuchado expresiones como: -“Seguramente es bien difícil un cabello así”, “Cuando era niña lo tenía igual que tú pero después se me alació así que te entiendo perfectamente”, “¡Péinate! Te ves mal”, “Deberías planchártelo, así tu cara se verá mucho más “fina”, “¡Qué bonito cabello!, ¿Lo puedo tocar?” (Mientras sus manos ya están sujetándolo y jugando con él, como sí tu consentimiento y autorización al tocar una parte de tu cuerpo no valieran en lo absoluto).
Lamentablemente, estos actos y comentarios están tan interiorizados y normalizados que no los notamos y parten de lo que llamamos, “racismo interiorizado”. Cuando hablamos del cabello rizado, chino o afro no sólo estamos hablando de folículos pilosos o tejido muerto, sino de la historia, identidad y ancestralidad que se concentra en cada uno de ellos.
Durante mucho tiempo a las mujeres afrodescendientes se les obligaba a alaciarse el cabello para poder trabajar, pues se creía que los rizos daban una apariencia desarreglada, desfachatez, fealdad e inclusive suciedad, por la creencia del “no da buena imagen”. Pasamos del considerar el cabello rizado como una de las máximas expresiones de belleza en personas y estatuas de la Antigua Grecia a esa “fealdad”.
Gran parte de ello se bebe a que en la época colonial a las empleadas domésticas se les llamaba “China”, he ahí parte de la historia de la “China Poblana”, con la llegada de la esclavitud en México, quienes detentaron estas labores además de las personas indígenas, fueron las personas negras o afrodescendientes, de las cuales además del color de piel y facciones, el cabello rizo era una característica común, convirtiéndose en algo que la sociedad veía como inferior y parte de la segregación y racismo.
Películas como “Nappily Ever After” y “Madam C Walker”, muestran el sustento de esta relación tan simbólica y llena de conexión con las vivencias, en la primera se habla precisamente de esa relación amor-odio hacía nuestro cabello, el como la propia sociedad puede jugar un papel importante para que neguemos nuestra identidad por más notoria que sea. Y en la segunda, observamos como la relación, cuidado y conexión que tenemos nuestro cabello nos empodera y nos hace caminar con la cabeza en alto cada vez que nos llaman, prieta o negra. También se toca un tema del que casi no se habla, los productos diseñados para nuestro cabello y los precios exorbitantes en el mercado actual (les invito a revisarlas después de leer este artículo).
Hace varios años en los eventos formales, buscaba ponerme kilos de gel y cremas para dejar mi cabello lo más lizo posible cada vez que me hacía un peinado, es algo que me da mucha pena admitir; pero me hace ver el gran cambio que he tenido hasta el momento, la realidad es distinta, pues hoy luzco mis rizos con orgullo, cuando me veo al espejo, peino, acomodo o arreglo con turbantes, me siento la mujer más poderosa de todas, son parte de lo que soy, de mi historia, de cada una de mis ancestras que fueron oprimidas, desvalorizadas y criticadas, me hace conectar y ser parte de algo; de esa memoria colectiva hacia la dignificación. Hoy quiero decirles –¡Hermanas es momento de abrazar nuestro cabello y soltarlo! Ya suficientemente tenemos con la carga que hemos llevado, esa que claramente no pedimos y sólo se nos impuso, y a las demás personas por favor piensen dos veces antes de emitir cualquier juicio, comentario o tocarnos sin nuestro consentimiento pues también estamos cayendo en la exotización a los cuerpos racializados.